¿A qué sabe el amor? ¿A qué huele? ¿Qué
sonido tiene? ¿Se puede tocar?
El amor primordial y visceral que
todo hombre y mujer experimenta al comienzo de su vida, sabe y huele a mamá; el
latido de su corazón y su voz son música para los oídos de un recién nacido y
su piel es el mejor lugar donde yacer.
El cuerpo de mamá ha sido, es y
será siempre el mejor hábitat desde donde el recién nacido puede, poco a poco,
adaptarse a la vida fuera del útero.
El cuerpo de mamá es el lugar que no
solo permite crear una nueva vida sino hacer que sobreviva y se desarrolle saludablemente
como individuo y como ser social.
Por un bebé nada tiene sentido
excepto el cuerpo de mamá y allí tendría que permanecer hasta que su maduración
le permita volar con sus propias alas.
El parto fisiológico y la
lactancia, como también menstruar o criar con apego, entre otras cosas, nos
recuerdan nuestro pertenecer a la naturaleza. Estos acontecimientos, que forman
parte de nuestra vida sexual y reproductiva, son aspectos que están intrínsecamente
escritos en nuestra biología femenina.
Privar a una mujer de experimentar
plenamente y saludablemente estos acontecimientos, sin una justificación real, por
motivos fútiles, por capricho o porqué la medicina moderna se superpone con soberanía
sobre la naturaleza, equivale a privarla de un trocito de su “ser mamífera”.
Generalmente esta privación
conllevará inconscientemente a unas compensaciones guiadas por el intelecto
que, en muchos casos, distancian aún más la mujer de su programa biológico
interno y por lo tanto crean desconexión con su propio cuerpo, con su propio
ser y sentir.
¿Vivimos realmente en acuerdo con
lo que llevamos escritos en nuestra biología? Mucho más de lo que imaginamos
rueda entorno al grado de desvinculación con nuestra naturaleza, desde la salud
psicofísica y emocional individual hasta la paz en este mundo.
La inteligencia humana tendría que
ponerse al servicio de nuestra biología sin prevaricarla, cuando esto sucede
pasan cosas maravillosas, porque todo lo que hacemos tiene como base la
integración de cuerpo, mente y espíritu.
El patriarcado nos ha hecho creer que solo
existe una forma de supervivencia que es la sumisión del débil, la lucha, la
insensibilidad, etc. la naturaleza en cambio nos anima a la conexión con
nuestro ser, a la escucha de nuestro sentir, a la cooperación. Por esto es
importante no distanciarse mucho de este gran eje, que nos sigue guiando des de
tiempos inmemorables, solo así podremos
mantener vivo el espíritu del amor, de la no violencia, etc.
A veces tengo la sensación que
estamos vendiendo a la razón algo que no entiende razones, porqué los procesos
fisiológicos como menstruar, parir y lactar son actos de manifestación de
nuestro lado más salvaje y primitivo, son oportunidades para volver a conectar
con nuestra esencia…y esto a veces duele, porqué hay que volver a tejer, casi
des de cero, esta conexión interna perdida.
Parir y posteriormente lactar
implica un gran esfuerzo, implica aparcar nuestro ego, implica desnudar nuestro
cuerpo y nuestra alma, implica encontrase cara a cara con nuestro lado más
terrenal. Volver a “lo salvaje”, a mi entender, no es volver atrás, no es
retroceder, es más bien rescatar nuestra humanidad que, cada vez más, estamos vendiendo
a la ciencia, a la medicina, sin escrúpulos, sin cuestionarnos donde está el
límite de lo correcto e incorrecto .
La naturaleza tiene su inercia y
gestar, parir y amamantar son actos extremos de poder y de creación.
Pensando en “súper poderes
femeninos” mis reflexiones se dirigen automáticamente a la lactancia.
Durante la gestación y el parto la
placenta actúa como paracaídas, es decir permite al bebé vivir y sobrevivir.
Esta función, una vez la criatura está fuera y durante mínimo 9 meses después
del parto (periodo conocido como “exterogestación”), se remplaza por la
lactancia.
Podemos afirmar con toda seguridad
que la lactancia materna actúa, entre otras cosas, como herramienta de
adaptación al entorno (entorno estacional y climático, bacteriológico,
emocional y cultural). La leche materna, de hecho, cambia y se adapta en
función de las necesidades ambientales y del bebé.
Esta alquimia silenciosa me fascina
y cuanto más descubro, más me doy cuenta que invertir en lactancia materna es
una inversión a corto, medio y largo plazo. La lactancia es el hilo conductor
que ha permitido a los bebés humanos crecer sanos y proliferar hasta invadir el
mundo. Me gusta pensar que, de alguna forma, la lactancia materna ha sido
cómplice en la perpetuación y salvaguarda de nuestra especie.
Lactando las mujeres aprendemos a
parar el tiempo y la leche es un flujo que sale de nosotras para volver a
nosotras en forma de miradas y ternura.
Hemos subestimado la lactancia
hasta el punto de creer que la leche de fórmula es igual de buena para alimentar
a un recién nacido, aunque se haya demostrado lo contrario. La cuestión es que amamantar
no es solo alimentar... La leche materna es medicina, es cura, es prevención,
es bienestar psicofísico y emocional a largo plazo.
Si el mundo supiera que las mujeres
tenemos, entre muchas cosas, el "poder" de producir literalmente "oro
vivo" las farmacéuticas no se apoderarían de la salud pública, tal y como
han hecho en estas últimas décadas.
Las mujeres hacemos magia con
nuestros pechos transformando los
elementos esenciales en una alquimia silenciosa y transmitiendo sutilmente las
bases sobre las cuales rige la esencia de la raza humana.
Amamantar es sinónimo de desarrollo
neuronal, es homeostasis, es acompañar el despegue a la vida y es, en cierta
forma, educar en paz para la paz. Este "continum" en la relación de madre/bebé
proporcionará las bases primarias, los cimientos, sobre los cuales el bebé empezará
a construir la percepción de su yo subjetivo y social.
Quien cuida y sostiene una madre
lactante, quien permite que una mamá no abandone la lactancia precozmente,
quien se esfuerza para investigar las maravillas de la leche materna, quien
promueve la lactancia con pequeños y grandes gestos, contribuye a que este
mundo se convierta (o se mantenga) un lugar digno de ser llamado hogar.